El melón, fruto de una agricultura francesa en movimiento

Es la fruta estrella del verano. Francia ocupa el tercer puesto en términos de producción europea, con 450 hectáreas de explotación dedicadas. Aunque se le conoce como cantalupo o charentais, denominación que hace referencia a su variedad y no a su origen, este melón de pulpa anaranjada se produce principalmente en Nueva Aquitania y Occitania. En esta soleada región, anteriormente conocida como Languedoc-Rosellón, visitamos a Patrick Albouys, productor de la famosa fruta en la comuna de Saint-Gilles, en el Gard.

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Una producción estival gracias a un clima meridional 

Bajo el sol de pleno julio nos encontramos con Patrick. En los terrenos que hay a su alrededor observamos los surcos trazados por la fruta de su trabajo: el melón. De junio a septiembre, es temporada alta todos los años. «Ochenta días de duro trabajo —dice el productor— con mucha mano de obra y cosechas cotidianas desde muy temprano por la mañana». 

La producción de melones alcanza su apogeo en la región del Gard, donde se cultiva de forma tradicional desde hace siglos. La siembra, que debe efectuarse bajo un sol lo suficiente caliente (14º C como mínimo), va seguida de una intensa fase donde se retiran las lonas protectoras para que «la polinización tenga lugar a tiempo», explica Patrick. 

 

© Elsa David

El clima meridional, con abundantes horas de sol y noches frescas, es especialmente propicio al buen desarrollo y maduración de esta fruta. A esas condiciones climáticas favorables se suman las innovaciones materiales y tecnológicas de última generación que Patrick utliza en su huerto para reducir al máximo el duro trabajo que a veces se asocia a la agricultura manual. 

 

Un sello que se compromete con las prácticas agrícolas ecorresponsables 

Están sometidos a unas condiciones muy estrictas que incluyen «buenas prácticas», como la gestión del agua, para la que se emplea el riego por goteo cuidadosamente medido y el acolchado del suelo, que promueve su ahorro. Desde hace tres años, Patrick cuenta con el sello HVE (Alto valor medioambiental), una de las certificaciones más prestigiosas para las explotaciones agrícolas.  

El productor quiso comprometerse con este enfoque virtuoso, que preserva los ecosistemas, reduce las consecuencias potencialmente nefastas para el medioambiente y, al mismo tiempo, garantiza la continuidad de una producción fructífera. 

© Elsa David

¿Qué define a un «buen melón»? 

Aunque existen muchas variedades de diferentes colores (noir des Carmes, amarillo canario, petit gris de Rennes...), el melón cantalupo, también llamado charentais, es el más cultivado y consumido en Francia. Las cifras de Patrick hablan por sí solas. «Cultivamos 100 hectáreas de tierra, con un rendimiento de 25 toneladas por hectárea. ¡Algunos años son mejores que otros!». Todo está, por supuesto, relacionado con el clima, nos dice. El buen tiempo siempre es un buen augurio cuando las inclemencias meteorológicas interfieren con las temperaturas estacionales, como ha ocurrido este año con las tormentas, por ejemplo. Sin embargo, aún queda un segundo periodo de cosecha hasta octubre, que se beneficiará del sol veraniego previsto. 

© Elsa David

Para conseguir un buen melón en su punto justo de maduración con el aroma y el sabor adecuados hay que seguir los consejos del especialista. «Un buen melón tiene la piel de un bonito color amarillo uniforme, pero, lo que determinan las tijeras de podar —explica Patrick— es el pedúnculo que se desprende». 

© Elsa David

Las personas para las que el melón no tiene ningún secreto nunca se cansan de él. Él recomienda combinar el melón con jamón ibérico, un clásico, pero sobre todo alabar su sabor «natural», que, asegura, hará las delicias de todos los paladares. Nos gustaría probarlo en granizados o ensaladas de verano, así como con gambas y aguacate. 

© Elsa David

Breve historia del melón, una curbitácea ancestral 

El melón de pulpa anaranjada se cultivó por primera vez en el antiguo Egipto, cinco siglos antes de nuestra era, para utilizarse como ofrenda a los dioses, demostrando ya el reconocimiento de su sabor. Pero no fue hasta mucho más tarde, en el siglo XV, cuando Carlos VIII lo llevó al sur de Francia, a Cavaillon, donde se sigue cultivando hoy en día. El melón, muy apreciado en la corte de Versalles, se cultivaba en los jardines del castillo a manos de Jean-Baptiste de La Quintinie, jefe del huerto del rey.

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