El minikiwi, una fruta pequeña en tamaño pero no en propiedades
En el corazón de los Pirineos Atlánticos, Christophe Congues cultiva el minikiwi (también llamado kiwiño o babykiwi), una fruta pequeña, dulce y práctica que conquista a quien la prueba. Pionero en Francia en su producción respetuosa con el medioambiente, Christophe ha hecho de este cultivo su especialidad. Descubre la historia de un agricultor apasionado y la fruta que promete revolucionar los paladares.

Con el verde paisaje del Bearne como telón de fondo, junto a los Pirineos, se cultiva una pequeña fruta, discreta pero sabrosa, que vemos tanto en los vergeles como en los puestos de los mercados: el minikiwi. Desde hace unos cuantos años, este pariente en miniatura del kiwi tradicional atrae a los consumidores por su dulzura, su practicidad y sus virtudes desde el punto de vista nutricional. Atraído por su potencial, Christophe Congues lo cultiva desde hace más de diez años y ha convertido esta fruta casi desconocida en toda una especialidad de la zona.
En 2009, cuando su explotación frutícola situada al sudoeste funcionaba a pleno rendimiento, Christophe Congues decidió darle un giro a su proyecto. «Buscaba un cultivo innovador, que se saliese un poco de lo normal... y el minikiwi me cautivó desde el primer momento», afirma. Al año siguiente, plantó los primeros pies de Actinidia arguta, la planta trepadora de la que sale este fruto. Desde entonces, este cultivo tan poco habitual se ha convertido en una pieza clave de su vergel y también en un motivo de orgullo. «El minikiwi se ha hecho un hueco en nuestra explotación... y, a decir verdad, también en mi corazón».

Un fruto pequeño pero resistente
De primeras, el minikiwi tiene un aspecto peculiar. «Aproximadamente del tamaño de una uva grande, sin pelo y con una piel completamente lisa...», se entusiasma el agricultor. Su fina piel se come, por lo que se trata de una fruta muy práctica a la hora de su consumo, sin tener que pelarla. Pero su verdadero punto fuerte reside en su resistencia natural. «De forma natural, es resistente a las enfermedades. Resultado: lo puedo cultivar sin tener que utilizar productos químicos, un aspecto positivo para el medioambiente... y para el consumidor».
Aunque parezca una fruta muy fácil de comer, su cultivo no lo es tanto. «Se trata de una liana que puede trepar hasta seis metros. Hay que guiarla, podarla con regularidad...» explica Christophe Congues. Resiliente, la planta aguanta bien los extremos climáticos, es decir, tanto las intensas lluvias como la sequedad. «Esta variedad resiste lo que el kiwi clásico no aguantaría. Es un triunfo en toda regla, sobre todo con los desajustes climáticos que hemos visto los últimos años». Sin embargo, esta fortaleza no exime de un trabajo riguroso y diario. La poda suele ser una fase delicada, que necesita su tiempo, precisión y mucha paciencia.

Un cultivo exigente
El momento crucial de la temporada llega con el final del verano. «La recolecta dura unas dos o tres semanas, entre finales de agosto y mediados de septiembre. Todo se hace a mano, fruta a fruta, con delicadeza para no dañarlas», detalla el productor. Este proceso no se hace al azar: «Medimos con exactitud el grado de madurez... Es todo un trabajo de precisión, pero también la garantía de la calidad de nuestras frutas».
Aunque sigue siendo un desconocido para el gran público, el minikiwi se encuentra en pleno apogeo. «Lo vemos, sobre todo, por el sudoeste, en las Landas, en el Pirineo Atlántico, en Gers... Un poco también en el valle del Loira, pero ahí sigue siendo una producción de nicho. ¡Todo esto lo convierte en un tesoro local!», cuenta Christophe Congues. La región es un factor clave para el desarrollo de la fruta. «La calidad comienza en el suelo y el clima. Plantamos en regiones que propician la buena expresión del sabor».

Una fruta práctica, nutritiva y sabrosa
Si el minikiwi atrae a los agricultores es también por su éxito entre los consumidores. En cuanto al sabor, ofrece una explosión de dulzura. «No es una fruta ácida, al contrario, es muy dulce. Y, como no hace falta pelarla, es fácil de comer. ¡A los niños les encanta!», apunta Christophe Congues. Desde el punto de vista nutricional, concentra un gran nivel de vitamina C, fibra y antioxidantes, una opción ideal para una merienda saludable. «Esta fruta es toda una delicia», resume.
La temporada del minikiwi no dura mucho, lo que refuerza su valor. Se recoge entre finales de agosto y mitad de septiembre, en Francia se consume hasta finales de octubre y se exportan casi 3 millones de bandejas al año. Por tanto, llega en el momento oportuno, justo cuando empiezan a desaparecer poco a poco las frutas de verano de los mercados. «Prolonga los placeres afrutados del recuerdo estival», sonríe Christophe.
En cuanto a la conservación del minikiwi, es sencilla, pero necesita estar un poco pendiente. «Su sitio es el cajón de verduras de la nevera. Y, lo más importante, nunca al lado de las manzanas, ya que sueltan etileno, lo que acelera la maduración». Bien conservada, la fruta mantiene todas sus cualidades gustativas varios días. Además, una vez madura, se puede consumir en cualquier momento: «No importa dónde ni en qué momento del día». También en postres o batidos.

¿Un futuro prometedor?
Aunque el minikiwi sea una fruta aún poco conocida, tiene por delante un futuro prometedor. Con el respaldo de una agricultura más respetuosa con el medioambiente, un gran valor gustativo y una practicidad que va en consonancia con las expectativas de los consumidores modernos, es probable que aumente su popularidad en los próximos años. Para ello, habrá que concienciar de antemano a los circuitos de distribución y animar a los consumidores a que lo descubran. Pero Christophe Congues lo tiene claro: «Es una fruta con futuro. Cuando se prueba por primera vez, siempre se quiere repetir».