Wine O'Clock: ¿Vinos refresco? No es tan sencillo…

Por Pierrick Jegu

En los veinte años que llevo escribiendo sobre el vino, hay una expresión que se repite cada vez con más frecuencia en las conversaciones de bares y los comentarios sobre tal o cual vino, y no solo a propósito de los rosados de playa. Cuando hablo de «vino refresco», lo digo sin sarcasmo: es un término del que suelo hacer uso y abuso, pero... ¿A qué me refiero exactamente? Explicación.  

Wine O'Clock: There is more to “Vins de soif” than meets the eye

La expresión suele ir acompañada de otros términos como «bebibilidad» o «digestibilidad» o incluso «gluglú», unas palabras indisociables de los vinitos naturales. Básicamente, se refiere a los vinos ligeros, con poco alcohol, asequibles, que gustan enseguida y se pueden descorchar en cualquier momento, en la mesa o como aperitivo. No es el tipo de vino que se nos sube a la cabeza a la mitad de la segunda copa. ¡En fin, depende...! Con el pretexto de hacer un brebaje para calmar la sed, algunos viticultores olvidan que están haciendo... vino. ¿El resultado? Unos zumos de caricatura que acaban pareciendo concentrado de granadina con mucha agua. En lo personal, esa nota de caramelo acidulado se me atraganta al primer sorbo… No me gusta la granadina ni tampoco, en el otro extremo, los vinos exhibicionistas, fuertes y culturistas. Aquellos que nada más olerlos nos dejan agotados por un exceso de alcohol y tan excesivamente amaderados que, una vez en la boca, nos rematan con su abrumadora voluntad de poder. Una artillería demasiado pesada... ¡Por favor, un vaso de agua!  

Y es que parece que algunos viticultores se olvidan de que están elaborando vino y otros omiten claramente la noción de saciar la sed. Si bien en la actualidad algunos siguen cultivando estos extremos, muy a menudo visito a viticultores que conocen el término medio. Sobre todo en el sur del país, y en particular en Languedoc. Para existir en el panorama vitivinícola, a finales de los años 1990-2000, esta región acabó por enseñar los dientes.
Ahora, se puede entrar en una explotación con el recuerdo de unos vinos exageradamente peleones y, tan solo unos años después de la primera visita, quedar prendado de la elegancia, frescura y fluidez de sus caldos, sin detrimento, sino todo lo contrario, de la sincera expresión del terruño y las uvas. Algo así ocurre con la casa Bordes, cerca de Saint-Chinian. Sus vinos ya eran buenos hace diez años, aunque con un ligero exceso de calidez para mi gusto.
Hoy, sin haber perdido ni su esencia ni su identidad, han ganado en precisión y definición... ¡Genial! También puede darse lo contrario. Uno vuelve a una finca con un regusto a granadina en la memoria y nota que el viticultor o la viticultora ha echado un poco de vino en su «refresco» para que sus caldos ya no sepan solo a golosina.  

En resumen, como suele ocurrir con el vino, todo es cuestión de equilibrio... Y, dadas las botellas que «mi» excelente bodeguero vende diariamente a sus fieles, no soy el único en compartir este punto de vista: la aptitud del vino para saciar la sed es fundamental; su capacidad de transmitir la historia de su terruño, también. Y una cosa no excluye la otra. Así lo demuestra el vino Aramonix de la finca de Mont-de-Marie, en el departamento de Gard, o los vinos de Pauline Broqua, en el departamento de Aveyron. Otros tantos «vinos refresco» profundos: mi santo grial. 

Colaborador

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